30 May
30May

De repente una ráfaga de viento hizo que el cielo azul y brillante, se oscureciera, como si fuera un mensaje de los dioses mayas, una advertencia de que la visita debía terminar y de que las fuerzas de la naturaleza son más poderosas que cualquier voluntad humana que se atreva a desafiarlas. Esa ráfaga, hizo silbar las ramas de los árboles, bailar en remolino a las hojas caídas y que su fascinación, por las estructuras de la famosa Chichen Itza, aumentara.

La visita a México había iniciado unos días antes, en Cancún, donde todo es exactamente como se esperaba: ruidoso, colorido, brillante y lujoso. Los días en Cancún habían transcurrido entre la habitación de hotel y el Centro de Convenciones y la playa solo se veía desde el balcón. Inicialmente, los planes incluían conocer lo que fuera posible cerca de la zona de influencia de la turística ciudad, que algunos llamaban “la Ibiza latinoamericana”, tomando transporte público o incluso a pie, pues se habían informado previamente que contaba con lugares arqueológicos muy cerca o dentro de Cancún.

Otra opción era ir hasta Mérida, una ciudad nutrida de historia, comprando un tiquete para viajar en bus. Al parecer, era más económico comprarlo a través del sitio web, que en ocasiones no cargaba, o que solo acepta tarjetas de crédito lo que no ayudaba mucho a sus billetes y monedas. Luego de recibir una visita local, Adriana supo que la mejor forma de viajar en esa parte del país, al menos la más rentable, era alquilar un carro. Para hacerlo efectivo, solo pedían la licencia de conducción y una tarjeta de crédito válida. Haciendo cuentas, Adriana se dio cuenta que debido a los costos de los tiquetes para dos personas y, todos los otros gastos adicionales que ello implicaba (como tomar un taxi hasta el siguiente hotel desde la Terminal, tiempos de viaje y demás) eran muy similares a los costos de ‘rentar un coche’, como dicen en México. Así que, en cuestión de un par de horas después de la visita y luego de consultarlo con su acompañante, tenían un auto para viajar.

El carro era de transmisión automática, y de un modelo más reciente que el que ellos tenían en Colombia. Así que la primera tarea era conocer los pormenores del auto para viajar sin ningún inconveniente. No hubo mucho tiempo para eso, pero eso no les preocupó para que emprendieran un viaje de 4 horas hasta la ciudad que pensaban visitar, Mérida.

Una vez allí, lo que más llamó su atención fue que muchas de las casas del centro histórico, donde quedaba su nuevo hotel, tienen su techo más alto de lo que habían visto previamente, en otros lugares. El techo de las casas que vieron está a unos 5 metros de altura y la fachada, a unos 4 metros. Todas, tenían colores fuertes, muy tropicales, pero también debido a su origen histórico, algunas se ven descuidadas o en proceso de remodelación. Los lugareños dicen que la pintura caída, y el aspecto deteriorado, tiene que ver con las dificultades burocráticas existentes en el gobierno para poder realizar retoques o mejoras a las edificaciones debido al caracter patrimonial de la ciudad.

A unas dos horas de distancia, se encuentra la Zona Arqueológica de Mayapan, que figura en la línea temporal de historia Maya como una de las ciudades más importantes del periodo posclásico (1200 - 1450 dC), que se cree tuvo una población de 12.000 habitantes y se sabe que la gente vivió en los alrededores del sitio desde el Preclásico y el Clásico Temprano (300 a. C.-600 d. C.). Al ingresar lo primero que se puede observar es una plataforma, junto a ella se encuentra un templo con columnas a la derecha, a su lado una pirámide que es muy similar a la existente en Chichen Itza, al frente otra estructura piramidal, a la izquierda de ésta pero un poco más atrás se puede ver una estructura circular y terminando el giro de cabeza, una estructura que tiene una choza en la parte superior. La entrada es muy económica y se puede escalar a todas las estructuras existentes en el lugar.

Mayapan, tiene un aspecto muy conservado y muy natural. Se siente muy tranquilo, como si el tiempo se detuviera y como si los mayas estuvieran cerca o como si aún estuviera habitado, a pesar de que algunas estructuras ya muestran signos de que el tiempo ha dejado sus huellas, sin afectar su belleza.

Muy cerca de ahí, a una hora de recorrido, se encuentra la conocida ruta Puuc que incluye varios lugares como Kabah, Labná, Xlapak, Sayil y Uxmal. El plan original de Adriana y Andrés era visitar Mayapan, Kabah y Uxmal. Ya habían visitado uno de ellos, así que su plan iba “viento en popa”, por lo que el siguiente lugar al que se dirigieron fue Kabah.

Dicho asentamiento es conocido como el segundo centro religioso más grande del estilo Puuc. Su período de auge coincidió con el de Uxmal durante los siglos IX y X y como éste, quedó abandonado en el siglo XI. En este lugar se encuentra el conocido como el Templo de los Mascarones por la fachada que tiene 250 mascarones del dios Chaac tallados en piedra a todo lo largo y ancho del edificio.

En la misma zona arqueológica, y considerado parte del mismo complejo, a pesar de que está atravesado por la carretera estatal, se encuentra El Arco, que marca el inicio del camino sagrado, Sacbé, que llevaba desde esta ciudad hasta Uxmal y que tenía una longitud de unos 18km. A pesar de sus esfuerzos, cuando alcanzaron la taquilla de entrada de Uxmal,hacía 5 minutos se había cerrado el acceso al público, por lo que tuvieron que regresar a su hotel.

Al otro día, muy temprano, Adriana y Andrés, decidieron visitar un lugar más cercano a Mérida, pues según el mapa queda a unos 15km, se trataba de Dzibilchaltún. Cuyo atractivo es el Tempo de las Siete Muñecas, llamado así porque en su interior se encontraron siete pequeñas estatuillas cuando lo descubrieron. Además, tiene una capilla al aire libre, lo que evidencia la ocupación española pues está en la mitad de la plaza de la ciudadela, y que fue construida posterior a la conquista con piedras que pertenecían a alguna estructura anterior.

Mientras caminaban por el lugar, sentían cómo el sol azotaba sus espaldas sin mucho espacio para esconderse y armados de un sombrero, bloqueador solar y un recipiente para tomar agua empezaron su propia expedición, mientras que una visita colegial hacía que todo se llenara de algarabía, risas y juegos.

En su exploración pudieron ver un largo templo que encabeza la plaza central, que según se puede leer, es una de las estructuras más largas de la zona (mide unos 129 metros) y cuenta con escalinatas que, al parecer, servían de gradas para que los visitantes pudieran ver los rituales o ceremonias que se realizaban allí, pues se dice que esta ciudad pudo albergar alrededor de unas 40.000 personas, contando las que vivían en el lugar tanto como en áreas circundantes. Cuando terminaron la exploración, el colegio se había marchado. Decidieron hacer lo mismo que los escolares que vieron antes, es decir, irse a otro sitio. De acuerdo con el plan original, solo faltaba visitar un lugar, el famoso Chichen Itzá.

Para llegar allá, Adriana y Andrés tuvieron que dejar Mérida atrás, atravesarla y tomar la ruta que se dirige de vuelta hacia Cancún, donde empezó este viaje. En su regreso, se fueron por la ruta más económica, pues no tenía peajes gracias a que ya habían aprendido la lección de su ruta inicial donde encontraron una autopista de tres carriles en cada lado, con dos peajes, que en pesos colombianos sumaron unos ciento veintisiete mil pesos. La ventaja de la ‘ruta libre’, como dice en todas las señales de tránsito, es que bordea o pasa por poblaciones más pequeñas, veredales o municipales, donde se puede apreciar , incluso hoy en día, el estilo arquitectónico de las viviendas mayas que son de forma ovalada con muros hechos de palos de madera delgada colocada de forma vertical y techos de paja a dos aguas y con dos puertas, una en la parte frontal y otra en la parte posterior.

En el pueblo de Pisté, muy cercano a la Zona Arqueológica, se detuvieron para conseguir algo que les sirviera de almuerzo durante su visita. Los tacos, los chilaquiles y los burritos no son muy prácticos para llevar. Así que decidieron comprar un par de tortas, que no son más que sánduches, uno relleno de pollo y el otro de cochinita pibil, que son trozos desmechados de cerdo con una salsa de la región; la verdura y el chile normalmente se sirven aparte y es el cliente quien decide, agregarlos o no, a su torta (aunque también aplica para los tacos algunas veces). Armados con su almuerzo y dispuestos a explorar, retomaron ruta.

El proceso de entrada no fue tan traumático como pensaban, había varias taquillas abiertas al mismo tiempo y todo fue muy ágil. En cuestión de unos 15 minutos ya estaban caminando hacia la plaza principal; con cada paso su expectativa aumentaba cada vez más, mientras el sol los acompañaba.

Como era de esperarse, el lugar estaba lleno de turistas, que como ellos, querían conocer todo lo que el lugar tuviera para ofrecer. Lo primero que los sorprendió fue encontrar, en el camino por el que transitaban, puestos de artesanos locales ofreciendo sus productos y souvenirs para los visitantes. Luego se darían cuenta que por todos los senderos que transitaban estaban instalados dichos puestos.

Al ingresar al complejo, en la zona de la plaza principal lo primero que llama la atención es la imponente vista del Templo de Kukulcán, sin embargo y a pesar de sus impulsos, Adriana y Andrés decidieron empezar la visita en sentido contrario a las manecillas del reloj, así que lo primero a conocer era el campo de juego de pelota, que llamaba la atención por sus dimensiones, sus grabados repetidos en diferentes partes del campo, y por su acústica.

Al salir, se dirigieron a una plataforma en la que se observan numerosos grabados de cráneos, es que se llama de igual manera o Tzompantli, que es dedicado a los muertos y que, según los arqueólogos, es el más antiguo de los que han hallado. Dicha plataforma está decorada con calaveras colocadas en tres filas horizontales por todo el contorno y en la parte superior.

Más adelante, se encuentra la llamada Plataforma de las Águilas y los Jaguares, dedicada a los guerreros; y un poco más allá, la plataforma de Venus, que conecta con el Templo de las Grandes Mesas y el impresionante Templo de los Guerreros o de las Mil Columnas, con lo cual la vuelta ya va por la mitad. Desde ese lugar es muy fácil acceder al Templo que tiene un Cenote justo al lado, y que además, queda en un cruce de caminos que lleva hacia el Observatorio y la parte donde se encuentran otros templos como el de la Casa Pintada o el de Las Monjas, y donde se pasa por el llamado Osario, o Templo del Sacerdote, lugar donde empezó este relato y cuyos vientos veloces hacían presagiar un aguacero.

Solo quedaba acercarse al mayor atractivo del lugar, El Castillo, más conocido como la Pirámide de Kukulcán, que es una de las eficaciones más altas del lugar, mide 24 metros de alto, y su figura rectangular tiene 55.5 por 24 metros; la corona, en lo más alto, un templo donde se encontraron un Chac mool, una figura de un guerrero, y una estatua de Jaguar de color roja con incrustaciones de Jade. El acceso al templo superior fue clausurado para los turistas desde el 2006.

Su estructura exterior es escalonada y de cuatro lados, cada uno de los cuales consta de 91 peldaños, lo que según los especialistas es la representación de la duración del año solar, pues todos sus lados suman 364, más el nivel superior, 365.

Dado que no es posible escalarla, Adriana y Andrés solo pudieron acercarse al punto inicial de las escalinatas y mirar hacia arriba para sentir la grandeza de la ingeniería maya y maravillarse con los detalles de sus grabados en la roca y la perfección de los cortes en ellas. Mientras una de las trabajadoras del lugar gritaba a lo lejos que ya era hora de ir desalojando, puesto que no quedaban muchos visitantes era el momento perfecto para conseguir unas buenas fotos del sitio, así como el viento continuaba despidiendo a todos los turistas.

Después de un largo trayecto de salida, que pareció más extenso en ese sentido, Adriana y Andrés se sentaron junto al carro que habían alquilado a almorzar con las tortas que habían traído y su jugo de Horchata, saboreando la satisfacción de haber cumplido un sueño.

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