30 May
30May

Sobre una silla alta de color rosado, formando un altar, hay una Biblia; sobre ella un rosario vinotinto, al lado, una medallita con la imagen de un santo y una estampita de San Miguel. Detrás de la Biblia, dos veladoras, una encendida al lado izquierdo, la otra al lado derecho apagada con unos fósforos encima; detrás de la veladora, una foto de un grupo en una celebración. En la foto están Ana Lucía Atehortúa y su amiga Adriana María Serrano. Las dos fueron privadas de la libertad. Ana Lucía está libre, Adriana todavía está cautiva.

Ana Lucía y Adriana estaban almorzando en un restaurante llamado La Cabaña en el kilómetro dieciocho vía a Buenaventura cuando llegó el ELN haciendo unos disparos al aire. Dijeron que no les iba a pasar nada, que estuvieran tranquilos y luego, empezaron a escoger gente. Los llevaron en sus propios carros. A ellas las montaron en un carro diferente al que venían.

Coloca un casette con una entrevista radial que le hicieron. A medida que la escucha, juega nerviosamente con un cuaderno pequeño, al cual se sostiene un clip en su tapa delantera; en la otra mano, un esfero rayando en los espacios libres del clip. El rostro de Ana Lucía se retuerce, entre la nostalgi y el dolor, mientras escucha su propia voz contando aquellos instantes que vivió en carne propia.

Su espalda se recuesta una y otra vez suavemente contra la pared, su mirada se pierde un poco en la pensativa imagen de sus recuerdos y su voz. Cuenta que la medallita del santo sobre la Biblia fue un regalo que le hicieron el día de su liberación y que la tiene ahí porque está bendecida por el Papa.

Luego de bajarse de los carros, hicieron cambiar por botas los zapatos de quienes lo necesitaban; Ana Lucía no se cambió, ese día llevaba botas. Empezaron a caminar un trayecto largo; luego subieron a un camión que los dejó en un lugar donde empezó la caminata más larga del primer día. El camión llegó hasta una casa vieja en donde se quedaron la primera noche. Se acomodaron en el pasillo, durmieron en el suelo, acurrucados, buscando calor. Las demás noches descansaron en lugares diferentes; como un cuarto, donde los acomodaron a todos; otra noche, en una carpa con cambuches. Fueron subdivididos para caminar, pero el grupo siempre dormía unido.

El día de su liberación fue un martes en una entrevista que les hicieron los subversivos, según cuenta, para saber cuánta plata tenían. Los guerrilleros hablaban mucho con ella, y el trato siempre fue bueno. 

En la entrevista, los “elenos” le preguntaron cuánto ganaba, en qué trabajaba y todos sus datos personales, para al final decir “creo que no tenés para ayudarnos”. Ese fue su salvoconducto a la libertad.

Ana Lucía actualmente está en una licencia de su trabajo por “stress post-traumático”, pero a medida que pasa el tiempo, sigue haciendo todo lo posible para que liberen rápido a su amiga. 

La vela la tiene encendida por todos los secuestrados y en especial por Adiana. Para ella, la vida cambió radicalmente. No sale después de las cinco de la tarde y si lo hace, va acompañada, y aún estando acompañada mira para todos lados esperando y revisando el lugar... como examinando. Cualquier sonido la alerta y no come, o mejor, come porque le sirven y es la hora pero no le da hambre. El choque de observar las opiniones encontradas de la gente acá, en la ciudad, fue lo más duro; darse cuenta de las mentiras de los medios y que la realidad está más lejos de lo que muestran.  Ahora piensa que eso le puede ocurrir a cualquiera.Incluso a ella otra vez.

Actualmente lo que hace es trámites para completar los papeles, viajar a Estados Unidos a donde un familiar y pedir asilo político, porque siente que tanto su familia como ella están en riesgo de ser secuestrados. Por eso se quiere ir, además, últimamente ha participado en marchas por los plagiados de la región, ha organizado otras tantas. 

Aunque los padres de su amiga Adriana no le hablen y le digan que la culpa fue de ella, Ana Lucía, por llevar a su hija a almorzar por allá y por dejarla en el monte. Ella sabe que no es verdad. Sólo espera que el ELN le cumpla y libere al resto de la gente que tiene secuestrada. 

Es de noche, la luz apagada. La veladora sigue encendida alumbrando el cuarto y la Biblia, como esperando algo, como si quisiera mostrarle el camino a la libertad a su amiga Adriana. 

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